¿Cómo se vincula esta operación simbólica del falo con el padre? Con su palabra, la madre establece una referencia a un padre más allá de ella, y que no necesita coincidir con el padre real, en la medida en que separe a la madre del niño. A este elemento estructural, simbólico, Lacan lo llama el nombre del padre. El padre es un nombre porque la paternidad siempre implica algo más que la realidad biológica del varón que da su esperma, algo puramente simbólico, que dentro de la cultura cristiana ha tenido una representación célebre. La Virgen María da a luz sin mantener ninguna relación sexual real con la Divinidad, lo cual muestra que la paternidad no debe reducirse al registro biológico. También lo apreciamos en la creencia, común en muchas culturas, de que el embarazo de una mujer está ligado a su tránsito por algún lugar sagrado. Siempre existe esta disociación entre el aspecto real de la paternidad y su aspecto simbólico.
La operación edípica es llamada metáfora paterna por Lacan. Es una metáfora porque implica sustituir un término por otro, el deseo de la madre por el nombre del padre. Su resultado es una significación, la del falo como lo perdido o negado. Recordemos que para Lacan en su propia estructura la metáfora entraña una sustitución, y ésta genera siempre una significación (la fálica, en este caso). La clave de todo esto reside en la revisión de la teoría clásica del padre edípico, que ya en parte hemos visto.
Para Lacan, el padre no es el padre real, el hombre que vuelve a casa a la tarde y se pone a mirar TV. Es más una función simbólica; no tanto una persona como un lugar, responsable de la separación de la madre. Cuando el niño retoma el lugar clave del falo para la madre, trataré de encarnar dicho objeto, aun sabiendo que no es idéntico a él. Así, el niño tratará de serlo para su mamá. El niño trata de ser el objeto que, según él, le falta a la madre. El nombre de este objeto es "falo". Aceptada esta definición, se la aprecia en una amplia variedad de formas clínicas.
"Ser el falo" alude a una posición imaginaria y no a una pauta de conducta concreta. Cada análisis muestra qué forma particular cobra en distintas personas.
La opeación paterna consiste en destruir este juego con la madre, en significar que el falo que el niño anhela encarnar se ha perdido, está fuera de su alcance, falta.
Debo encarar el hecho de que no solo soy impotente para encararlo, sino que es imposible. Cuando hablo de la significación fálica en la metáfora paterna, me refiero a que el falo, para ambos sexo, es algo perdido.
Esto es la castración: la renuncia a la permanente tentativa de ser el falo para la madre. Los neuróticos, por desgracia, no se resignan a esta renuncia. El padre real tendrá quizá la misión de encarnar esta dimensión simbólica del nombre del padre, pero en modo alguno coincide con ella, como se ve en las familias en las que sólo queda un progenitor. En otra palabras, lo que importa es cómo la madre se las ingenia para indicarle implícitamente al niño la existencia de una red simbólica con la que ambos están ligados, red que está más allá de la relación imaginaria que los une.
viernes, 28 de marzo de 2008
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