viernes, 28 de marzo de 2008
El Complejo de Edipo (I)
Al comienzo de la vida el niño está a merced de la madre; depende de ella en todos los sentidos y es incapaz de entender las razones de su conducta. Por maravillosa o cruel que sea su madre, el niño siempre se formulará esta pregunta que le incumbe hasta el tuétano: ¿qué es lo que quiere?
¿Por qué se va ahora de la habitación?; ¿por qué me da el biberón en este momento?; ¿por qué hoy me aprieta o me sostiene apenas?; ¿por qué a mi hermana la deja irse a dormir más tarde?
Todas estas cuestiones pueden preocupar al niño, y la respuesta que se da constituye una parte decisiva del complejo de Edipo. Apuntemos que algunos niños, por el contrario, no se formulan estas preguntas, por la simple razón de que no tienen espacio para serlo: la madre está con el hijo constantemente y no deja que se evoque en él la dimensión de la ausencia o falta. El niño no cuestiona el deseo de la madre porque, en cierto sentido, él la satura como objeto; a ese objeto se reduce toda la existencia de ella. Si la madre revela que su vida no se reduce totalmente al niño, las cosas cambian. El niño se ve ante una serie de interrogantes sobre los movimientos y caprichos de la madre. Lacan argumenta que una operación liga todos estos enigmas acerca de la madre con una significación precisa: la del falo.
Melanie Klein ya había dicho que de todos los objetos que el niño sitúa en la madre, hay uno especial, privilegiado: el pene del padre. Con su teoría del falo, Lacan dio una nueva fomulación a esta idea.
Deseo algo que no es idéntico a mi hijo, sino que está más allá de él. Yo no ocupo un lugar en este deseo, pero no lo saturo ni lo lleno por completo.
Siempre hay algo que está más allá del hijo, a lo que se dirige el deseo de la madre. Para Lacan es el falo, algo inalcanzable para el niño y que supera su capacidad de encarnarlo.
Fuente:
Leader, Darian, Groves, Judith, "Lacan para Principiantes", Era Naciente, 1995.
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